8 Marzo
2013
Escrito por Ediciones del Boulevard
IMAGENNovela de Gabriela Vidal
156 p. / 21×14 cm.
ISBN 978-987-556-390-2

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EL LIBRO
«Tengo recuerdos… No soy especial por eso. Soy especial por Ana. Porque ella me hace especial. Voy a México porque ahí está el cadáver de mi hermana. Es lo poquito que sé. Lo demás es pura memoria. Tengo recuerdos porque tuve una infancia. Pero eso no es una garantía. No sé quién es Ana. Nunca lo supe», dice la narradora y protagonista de esta novela.
No alcanza con tener recuerdos y ella lo sabe. Por eso se atreve a un viaje por la geografía más impunemente bella de un país que no le es ajeno. Se trata del México que le arrebato al ser más querido, su hermana.
Al viajar conoce. Al viajar vive un duelo. En vez de llorar, se enoja. Y en vez de deprimirse, hace el amor. Al viajar entiende. En vez de alejarse, se acerca. Y en vez de partir, siempre está volviendo. Al viajar cree. En vez de afianzar sus certezas comienza a dudar. Y en la duda anida la posibilidad de un nuevo encuentro.
María, quien debe tirar las cenizas de su hermana (aún no sabe si en el mar o en el desierto), es la viajera de esta novela profundamente emotiva que rememora pasajes de La campana de cristal, de Sylvia Plath, admite fascinación por El maestro de Petersburgo, de Coetzee, y recurre a elementos fundamentales de las obras de Chéjov: silencio y contradicción.
Melancólicos sumerge al lector en el estado de ánimo de sus personajes, pero también lo abraza ante la experiencia irreversible del adiós.

LA AUTORA
A los quince años pidió un viaje de regalo. Le hicieron una fiesta con vestido rosa, peinado de los ’80 y rigurosa entrada del brazo de su padre.
A los dieciocho sacó su pasaporte. Pero no pudo usarlo. Cuando estaba por hacerlo, le ofrecieron hacer una nota sobre nuevo rock argentino para el diario La Voz del Interior. En aquel tiempo que duró unos siete años, no usó su documento para salir del país, pero sí viajó por todos los lugares a donde podía llegar con DNI.
Recién a los veinticinco pudo usar el flamante pasaporte. Se fue a México por primera vez, sin imaginar que seis años después se iría a radicar allí. De ahí en más, siguieron una docena de países y cuatro continentes.
Hasta que pisó suelo mexicano por segunda vez. Allí estudió guión de cine, comió cientos de tacos de barbacoa, bebió varios caballitos de tequila, tuvo un hijo, se enamoró, viajó a Tijuana una docena de veces y en algún momento pensó que podía vivir ahí; escribió una veintena de guiones, dirigió un cortometraje en el bosque de Chapultepec, se hicieron tres películas sobre sus textos y están por hacerse dos más, ganó premios por esos filmes, obtuvo becas por su trabajo, perdió concursos y hubo otras derrotas; comió mole poblano hasta el hartazgo, bebió mezcal, río mucho, lloró otro tanto, vio en promedio tres películas por semana en once años y decidió, de manera caprichosa, que iba a leer sólo ficción; encontró la manera de amamantar y escribir al mismo tiempo, tuvo alrededor de cien alumnos por año, aprendió y enseñó lo poquísimo que logró aprender, acertó y se equivocó el número de veces que cualquier ser humano puede hacerlo en el transcurso de una década y un año.
Melancólicos es su primera novela. Fue escrita en los últimos meses del 2011, en el Distrito Federal, y de enero a mayo, en suelo cordobés. Pudo hacerlo porque goza de una beca llamada Sistema Nacional de Creadores que el gobierno de México otorga a sus artistas.
Melancólicos no es su primer libro: hace unos años publicó en una pequeña editorial mexicana, una obra de teatro titulada Cualquier cosa menos dormir.
Melancólicos fue posible gracias a los maestros que pasaron por su vida. Se siente una privilegiada por haber sido formada en la Universidad Nacional de Córdoba (es Licenciada en Comunicación Social) y en el Centro de Capacitación Cinematográfica (México).
Melancólicos espera ser la primera de tantas novelas por venir y apenas un viaje más en una vida que desea siga llenándose de otros mundos.

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