EL LIBRO
“No sabemos a ciencia cierta si el cielo es o no una caja de cosas perdidas. Pero sí debemos saber que la tierra es para todos, (…) una caja de sorpresas.” Dice Florencia Aliaga en uno de sus cuentos. Y al abrir la tapa de la cajita de papel que es este libro, efectivamente la sorpresa nos encuentra y nos devuelve a un mundo donde la maravilla y la realidad se conjugan en un realismo mágico que nos transporta al universo de las paradojas, donde las cosas imposibles pueden ser verdades ocultas.
Florencia tiene la habilidad de recoger historias con la simpleza de quien las escucha al atardecer en la casa solariega. Historias que se deslizan con sutileza por su excelente factura y por la temática original que descubre un imaginario dotado de nuevas realidades, que entroncan con la tradición más elogiosa. El amor y la muerte se entremezclan y se hilvanan con un guiño de humor y fantasía donde las supersticiones y los sueños confluyen en una nueva realidad. Realidad que se impone por la delicadeza del lenguaje que se amolda a las circunstancias del relato y por la naturalidad con que surgen las historias de mujeres enamoradas o solitarias, de hombres rudos pero de corazón sensible, de relojes que se descalibran con la llegada del amor, de botones que penetran en los intersticios del alma, de personajes que se rebelan y salen de la prisión de la escritura:
«Los personajes salen de los libros, cansados de estar siempre en la misma historia, espían los libros de al lado, para sumarse en nuevas aventuras», dijo Miranda, aunque por supuesto, poco le creyeron.
Esto sucede en estas historias donde los protagonistas surgen desde las páginas y se instalan en nuestra propia experiencia vital como seres reales, creíbles y nos invitan a disfrutar de sus aventuras con el placer de una epifanía que nos revela un universo de agradables sorpresas, donde la belleza sutura el vacío que deja el universo sensible.
Leonor Mauvecin
LA AUTORA
Florencia cantaba en una banda de rock, y gracias a sus historias espontáneas, sus amigas perdían horas de clase en el colegio. Estudió periodismo e hizo su tesis en Comunicación Social sobre los Beatles, pasión que la supera tanto como comprar cualquier cosa por internet y coleccionar zapatos. Lo que más le gusta en el mundo es leer, acostarse tarde y estar al menos un rato del día sola, cosas que ya no puede hacer con soltura desde que es madre, pero por ahora tanto no le importa. Defiende el desorden como la cuna para la creatividad, y algunos hasta le creen su excusa. Habla sin parar, escribe sin pensar y sueña sin dormir. Un resultado de estas incompatibles habilidades son los cuentos reunidos en Retratos propios de sucedidos ajenos.