Desde la grave crisis político-institucional y económica del 21 de diciembre de 2001, los sentimientos sociales predominantes fueron cambiando hasta tornarse en cierto modo contradictorios. Partiendo de aquella masiva explosión inicial, se pasó a un estado de optimismo expectante que fue evolucionando hacia un sentimiento de euforia generalizada que hizo renacer las esperanzas en un futuro mejor. Pero, a pesar de que muchas cosas han vuelto a la normalidad en la Argentina, pareciera auscultarse en amplios sectores de la sociedad una molesta sensación de decepción, desencanto o desilusión, como si las cosas no hubiesen salido tan bien como queríamos o como si nada hubiese cambiado en profundidad. Volvimos sí, al estado inicial, empezamos de nuevo. Pero volver hacia atrás no es cambiar.
Porque lo que falta en la Argentina de hoy, son instituciones que garanticen la participación en el gobierno del tercer sector de la sociedad, con la finalidad de ejercer el control de la cosa pública, la res pública, por fuera del gobierno de turno, de la partidocracia que lo sustenta, y de las grandes empresas públicas o privadas.
Esto es a lo que llamamos Tercera Vía o Revolución Cívica, al proceso de integración del tercer sector de la sociedad a las instituciones de la República, mediante la instauración de un cuarto poder cívico, el Tribunado del Pueblo.
El punto esencial es acrecentar de tal manera el poder real de los ciudadanos —los soberanos—, que puedan ser ellos mismos quienes controlen a los gobiernos y produzcan a posteriori en el propio Estado —de una manera más directa y sin la hegemonía de los partidos tradicionales— los cambios políticos, sociales o económicos que consideren más deseables o necesarios…